viernes, 26 de septiembre de 2008

Agradecimiento

Quiero agradecer a todos ustedes sus buenas palabras, de verdad.
Saludos muy cordialee

jueves, 25 de septiembre de 2008

LISA-GIOCONDA Y OTROS CUENTOS (1991)

Alphonse Avril a la vista del edificio del museo del Louvre apresuraba el paso y, conforme se acercaba, se le acentuaba el desasosiego que traía en el corazón. Y ya bajo los soportales del Carrosusel emprendía veloz carrera. Atravesaba la puerta Visconti como una tromba, subía con rápidez la escalera de Dario e irrumpía en el salón Carré, asustando a mlle. Perchet, la celadora que había de sustituir.
Dirigía su mirada al retrato de Monna Lisa, respiraba hondo para recuperar el aliento perdido y, más sereno, saludaba a su compañera, que abandonaba el salón haciendo un mohín despectivo.
Desaparecida la señorita Perchet, Alphonse Avril suspiraba. Se había quitado un gran peso de encima y ya, sin prisa, contemplaba largamente y con arrobo el retrato de donna Lisa que lo miraba con su aplomo y compostura natural, y con aquella sonrisa burlesca que, a menudo, sacaba de sus casillas al bueno de Alphonse, su más ferviente admirador y enamorado.

Corresponde al inicio mi tercer libro.

miércoles, 13 de febrero de 2008

El estrellero de San Juan de la Peña

Monasterio de San Juan de la Peña.
Año 1066, a dos días saliente el mes de mayo.





El anciano monje Aimerico de Thomières, encaramado en su observartorio astronómico del pino más alto del llano de Suso, montaña arriba de la cueva de Gerión donde se encuentra ubicado el Real Monasterio de San Juan de la Peña, mira al oriente del cielo temblando de frío por el duro e inacabable invierno. De tanto en tanto, se mueve para envolverse bien en la piel de oso con que se abriga o alza un poco la cabeza cuando una manada de lobos hambrientos aulla al pie del árbol.


Así empieza mi segundo libro.

sábado, 2 de febrero de 2008

El viaje de la reina

Pamplona, 23 de junio de 958 (Año de la era de 996).

Apenas habían cantado los gallos, Toda Aznar, la anciana reina de Navarra se levantó apresurada de la cama, se santiguó ante el retablillo de su habitación, acércose a la puerta y, todavia en camisa de dormir, gritó:

-¡Boneta, hoy desayunaré vino caliente!

Así empieza uno de mis libros.