ÉSTE ES EL CUADERNO DE MANUEL DE PAZ, BUSCADOR DE ORO
1 de febrero de 1937
Mamá dice que soy un insensato, que no debo arriesgarme, que es peligroso subir por las paredes como si fuera un gato, que un día me caeré y me abriré la cabeza; pero le brillan los ojos cuando le cuenta a Teresa lo que he hecho y le tiembla la mano cuando guarda en la despensa mi botín. Hoy un kilo de azúcar y una botella de aceite.
Yo no podía casi hablar y me ponía rojo cuando Teresa, desde el armario (Teresa está encerrada en el armario ropero desde poco antes de la guerra), se asombrara de que yo fuera un buscador de oro y de que todavía quedara oro en Madrid después de tantos bombardeos.
Explicaba a mis dos mujeres que mi espíritu aventurero y aguerrido quedó patente cuando asalté un carro de pan con otros chicos en los primeros días de la guerra y que no era tan difícil trepar por un medianil o por un paredón hecho escombros. Que había que apoyar los pies en los hendidos del muros y mirar donde asegurar bien las manos para iniciar la ascensión sin mirar abajo, y llegando arriba incorporarse a pulso y asentar las piernas para ponerse en posición vertical. Y que para encontrar oro o plata había que buscar con tesón, levantando los cascotes, alzando los maderos y revisando todos los ricones. Así se descubrían las joyas familiares de los muertos y haciendo el camino al revés se devolvían a los vivos siempre que recompensaran con algo.
sábado, 28 de febrero de 2009
viernes, 26 de septiembre de 2008
Agradecimiento
Quiero agradecer a todos ustedes sus buenas palabras, de verdad.
Saludos muy cordialee
Saludos muy cordialee
jueves, 25 de septiembre de 2008
LISA-GIOCONDA Y OTROS CUENTOS (1991)
Alphonse Avril a la vista del edificio del museo del Louvre apresuraba el paso y, conforme se acercaba, se le acentuaba el desasosiego que traía en el corazón. Y ya bajo los soportales del Carrosusel emprendía veloz carrera. Atravesaba la puerta Visconti como una tromba, subía con rápidez la escalera de Dario e irrumpía en el salón Carré, asustando a mlle. Perchet, la celadora que había de sustituir.
Dirigía su mirada al retrato de Monna Lisa, respiraba hondo para recuperar el aliento perdido y, más sereno, saludaba a su compañera, que abandonaba el salón haciendo un mohín despectivo.
Desaparecida la señorita Perchet, Alphonse Avril suspiraba. Se había quitado un gran peso de encima y ya, sin prisa, contemplaba largamente y con arrobo el retrato de donna Lisa que lo miraba con su aplomo y compostura natural, y con aquella sonrisa burlesca que, a menudo, sacaba de sus casillas al bueno de Alphonse, su más ferviente admirador y enamorado.
Corresponde al inicio mi tercer libro.
Dirigía su mirada al retrato de Monna Lisa, respiraba hondo para recuperar el aliento perdido y, más sereno, saludaba a su compañera, que abandonaba el salón haciendo un mohín despectivo.
Desaparecida la señorita Perchet, Alphonse Avril suspiraba. Se había quitado un gran peso de encima y ya, sin prisa, contemplaba largamente y con arrobo el retrato de donna Lisa que lo miraba con su aplomo y compostura natural, y con aquella sonrisa burlesca que, a menudo, sacaba de sus casillas al bueno de Alphonse, su más ferviente admirador y enamorado.
Corresponde al inicio mi tercer libro.
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Lisa-Gioconda y otros cuentos (1991)
miércoles, 13 de febrero de 2008
El estrellero de San Juan de la Peña
Monasterio de San Juan de la Peña.
Año 1066, a dos días saliente el mes de mayo.
El anciano monje Aimerico de Thomières, encaramado en su observartorio astronómico del pino más alto del llano de Suso, montaña arriba de la cueva de Gerión donde se encuentra ubicado el Real Monasterio de San Juan de la Peña, mira al oriente del cielo temblando de frío por el duro e inacabable invierno. De tanto en tanto, se mueve para envolverse bien en la piel de oso con que se abriga o alza un poco la cabeza cuando una manada de lobos hambrientos aulla al pie del árbol.
Así empieza mi segundo libro.
Año 1066, a dos días saliente el mes de mayo.
El anciano monje Aimerico de Thomières, encaramado en su observartorio astronómico del pino más alto del llano de Suso, montaña arriba de la cueva de Gerión donde se encuentra ubicado el Real Monasterio de San Juan de la Peña, mira al oriente del cielo temblando de frío por el duro e inacabable invierno. De tanto en tanto, se mueve para envolverse bien en la piel de oso con que se abriga o alza un poco la cabeza cuando una manada de lobos hambrientos aulla al pie del árbol.
Así empieza mi segundo libro.
sábado, 2 de febrero de 2008
El viaje de la reina
Pamplona, 23 de junio de 958 (Año de la era de 996).
Apenas habían cantado los gallos, Toda Aznar, la anciana reina de Navarra se levantó apresurada de la cama, se santiguó ante el retablillo de su habitación, acércose a la puerta y, todavia en camisa de dormir, gritó:
-¡Boneta, hoy desayunaré vino caliente!
Así empieza uno de mis libros.
Apenas habían cantado los gallos, Toda Aznar, la anciana reina de Navarra se levantó apresurada de la cama, se santiguó ante el retablillo de su habitación, acércose a la puerta y, todavia en camisa de dormir, gritó:
-¡Boneta, hoy desayunaré vino caliente!
Así empieza uno de mis libros.
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